“Te equivocás”, respondó ella entonces. “No estoy nerviosa. Solo que un extraño efluvio a lechuga mantecosa emana de tus axilas. Y el bigote no te hace juego con el cinturón de seguridad. Entendes? Ya no te quiero. Y, como no podía ser de otra manera, lo cierto es que nunca quise que esto terminara así”
“No”, dije entonces. “Puedo cambiar. Puedo cambiar las lamparitas de las habitaciones más escuetas de tu alma. Puedo cambiar el alternador, o atarlo con una correa a la cucha de un perro que ha recibido (o no, nunca lo sabremos) un escopetazo por matarle las gallinas al vecino y, encima, de yapa, como si eso fuera poco, tras cartón, tiene el tupé de pedirle un peso pa´la birra, habrase visto.”
“No aguanto más. Es martes a la noche y ya no tengo más credito. Terminemos con toda esta mierda. No entramos los dos por la misma puerta, ergo, no saldremos por el mismo pasillo”
Ese fue, palabras más, palabras menos, el último diálogo que mantuvo nuestro héroe, Tertulio, el Asombroso Hombre Mondiola con uno de los tantos caciques de la Gran Olla Popular En La Que Se Cuecen Habas (como en todos lados) y el Estofado Con Osobuco Pero Sin Arvejas (ya que tiene habas) de la Justicia.
Adulado por un badulaque, entonces, embebido en beduinos que imitan a Badía, recorre, a bordo de su Mondiomóvil, las distancias más imaginarias, ida y vuelta, en un patrullaje. Intensivo, sí, pero francamente estéril.
“No todo lo que exuda pinolux de limón es Mondiola”, reza una calcomanía (o “pegatina”, como dicen en Palermo Virrey del Pino) en el mundano paragolpes trasero de un camión. Y eso hace pensar a nuestro héroe lo difícil que puede ser trabajar de espejo. Porque, por más esfuerzo que uno haga, cada uno va a ver lo que quiera ver reflejado. E, invariablemente, al verse, todos dicen “ese soy yo”, aunque la imagen que devuelve uno esté referida al vecino que lava música escuchando un auto de mierda. Entonces el espejo (o sea, yo, continúa el razonamiento nuestro amigo) tiene ganas de decirle “no, no, no sos vos, es el de acá al lado...”. Pero calla. Es que, como dice el Sagradísimo Libro de Don Tito, El Camionero que Toca la Verdulera: “Hete aquí lo que os digo, quien sepa ver, que mire. Quien no sepa, que abra los ojos y observe. Y el que no, que se pase un saquito de te verde por el ojete y se fije como le queda. Para eso, antes, que aprenda a ver. Y así...”.
Todos estaban allí, observando, escudriñando, oteando la lontananza con una longaniza a guisa de telescopio. Todos, mis amigos, mis enemigos, una cajera del Coto, el murciélago chileno con su colección de hematocritos y hasta gente que no conocía. Todos blandiendo una longaniza, pegada al ojo, ora el derecho, ora el izquierdo. Y todos, pero todos, estaban tomando Alka Setzer Orchestra, comprimido, 200 mg.