jueves, 22 de septiembre de 2011

Hasta quemar el ultimo cartucho

"Poco antes de partir
refrendando el verde cesped con su presencia
y tras abrir el portón de chapa que separa el mundo de las momias del paraíso de los sapientes
ahi la vi.
En un principio fue solo un fulgor
que iridiscía sobre la grama bahiana
el sol arrancaba destellos a ese objeto inanimado.
`Con la tararira de la verdad cocinarás el ceviche de la justicia´, me dije
como si me tratara de Edgar Alan Poe.
La esmeralda imaginaria yacía
abatida
y mis pieses se dirigieron
hacia el lugar sagrado de su reposo, la puerta de los fantasmas
donde proctólogos con cámaras digitales
toman las fotos de mil lugares donde se hacían sacrificios rituales de cuises.
Poco tardé en darme cuenta
hacia donde me encaminaba.
Un destino monstruoso
poblado de desatinos y reproches
me aguardaba a unos metros.
Una cotorra muerta me esperaba, su pico abierto en un graznido final,
sus ojos entrecerrados, quizá paradójicamente por los fulgores que la misma claridad extirpaba de entre sus plumas, ya inanes.
Tal vez la había visto volar días atrás, tal vez era una recién llegada al universo de las cotorras.
Quizá hubiera muerto de catarro, quizá de un paro cardíaco cotorril.
Para honrar su memoria, la puse sobre el cesto de basura que hace las veces de cajón de manzana, y que con tanto amor había clavado
sobre un poste de luz
una calurosa tarde de enero, a fines
de que efectúa tareas de vigía, ahuyente a los malos espíritus,
a los perros traicioneros
y atraiga a los putos basureros, que aparentan gozar
dejando mi basura pudriéndose al calor por una semana, mas o menos.
Pero ella (la cotorra), les decía, ya muerta
parecía empecinada en seguir su alma, que descendía hacia los dominios de lucifer
y caía hacia ambos costados, alternativamente.
Me fui, no donde dije que iría, sino aún más lejos.
Volví, 10 días más tarde
Ella (la cotorra) seguía allí.
Muerta.
Sus plumas ya no billaban, sus ojos había desaparecido y los míos solo hallaban como respuesta la vacía mirada de sus cuencas putrefactas.
De toda su majestuosidad solo quedaba
un cadaver de cotorra.
Probé poniéndole encima un neumático
Pirelli
Que alguien había dejado sobre la vereda...
Pero no hubo caso"
De este poema, caratulado "Ahi la vi, una cotorra en mi pileta", publicada en el libro "Cabezas de Angeles Sostienen Columnas Corintias", del filósofo peruano Totori Berugamota, es que tomó su nombre la afamada banda mondiolense Kotorra Kon Katarro, según lo explica Churrasko de Ornitorrinko, quien se hiciera cargo del saxofón después de la partida (o "dimisión", como dicen en Palermo Trelew) de "Metanse la banda en el ojete", antiguo saxofonista y devenido ser humano con las pelotas hinchadas de toda la hipocresía del mundo de la música. Y, de paso, nos presnetan su nuevo corte, "Pirañas", compuesto e intepretado en conjunto con Tim DeLaughter y sus compañeros de Tripping Daisy (ante que muriera Wes Berggren, por supuesto).